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John Gatica: el viajero de dos ruedas, dos almas y un corazón libre

Hace un año, John Gatica González  decidió romper las fronteras que separan los sueños de la realidad. Salió de Chile con una bicicleta rústica, una mochila ligera y una promesa silenciosa: vivir sin límites y conocer el mundo a su propio ritmo. Desde entonces, su travesía lo ha llevado por las costas de Chile, Perú, Ecuador y Colombia, pedaleando bajo el sol y el viento, cruzando ciudades y pueblos, confiando siempre en la bondad de los caminos.

Hoy, Cartagena lo tiene embrujado. “Esta ciudad me atrapó”, confiesa con una sonrisa serena. Las calles antiguas, el mar infinito, la calidez de su gente: todo parece haberle susurrado que aquí la vida tiene otro sabor. Desde hace una semana recorre sus rincones, acompañado de dos inseparables amigas: sus perritas Bellaca y Gordi, rescatadas durante su aventura y ahora parte esencial de su familia.

John ha dormido en plazas, parques y playas, siempre al abrigo de la intemperie y de su intuición sobre dónde es seguro descansar. Se ha ganado la vida de forma sencilla, vendiendo bocadillos a $500 pesos en estaciones de gasolina, llevando su historia a quienes quieran escucharla y recibiendo, a cambio, sonrisas, palabras de aliento y, a veces, una mano amiga.

Recorrió Maicao, Santa Marta, Barranquilla y decenas de pueblos que guarda en su memoria como postales vivas. En cada sitio, más que kilómetros, acumula anécdotas, abrazos y miradas. No busca lujos ni promesas; su única pretensión es vivir plenamente, conocer a personas de todos los tipos y seguir dejando que el mundo le muestre su rostro más humano.

Hoy enfrenta un desafío doloroso: su perrita Gordi está enferma y recibe tratamiento médico especializado en Cartagena. Con la misma resiliencia que lo trajo hasta aquí, John lucha por su recuperación, cuidándola con ternura y fe, mientras sigue adelante con su viaje.

Su próximo destino ya está marcado: Bolivia, Brasil, Uruguay y, finalmente, el regreso a Chile, donde sueña con establecerse y volver a trabajar en oficios varios o en la construcción, reconstruyendo no solo edificios, sino también los sueños que sembró en su largo andar.

Si lo ves —con su bicicleta cargada, sus dos perritas y esa mirada que combina cansancio y esperanza— no dudes en acercarte. Ayudarlo es tenderle la mano a un alma viajera que eligió hacer del mundo su hogar y del camino su forma de vida.

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