La tarde cayó lenta sobre el Claustro de San Agustín. El bullicio habitual de la Universidad de Cartagena dio paso al silencio respetuoso de una comunidad que llora. Hoy, en la Plaza de los Estudiantes, hay una ausencia que duele: la de Alix González. Una joven docente, una hija ejemplar, una amiga luminosa. Una vida que fue truncada por la violencia absurda de un atraco el pasado domingo.
La jornada de este martes no fue como cualquier otra. No podían serlo los pasos por esos pasillos que tantas veces recorrió Alix, siempre con libros en las manos y sueños en la mirada. No podía ser normal el aula donde solía sentarse, o el banco bajo el almendro donde a veces preparaba clases y compartía con colegas.
Su lugar quedó vacío. Pero su recuerdo, no.
Familiares, amigos, estudiantes, profesores y trabajadores de la Universidad se reunieron esta tarde con flores blancas, velas encendidas y un nudo en la garganta. En medio del dolor, evocaron su sonrisa amplia, su forma comprometida de enseñar, su deseo de construir un país mejor desde la educación. Una joven mujer que, como tantas otras, fue víctima de una violencia que no cesa.
“Era alegre, apasionada, inteligente… soñaba con ser doctora, quería seguir enseñando, hacer algo por los demás. Se esforzaba mucho. Todo lo hacía con amor”, cuenta una de sus amigas, mientras sostiene su retrato con manos temblorosas.
Desde el momento en que se conoció el hecho, las autoridades activaron el protocolo de investigación. La Alcaldía de Cartagena, a través de la Secretaría del Interior, informó que ya se cuenta con avances sustanciales en la recolección de evidencias y que tanto la Fiscalía como la Policía han priorizado el caso. Cámaras de seguridad, entrevistas y labores de inteligencia apuntan a la pronta individualización del agresor, cuya captura, aseguran, es solo cuestión de tiempo.
El crimen no quedó impune ante la indiferencia. No es solo la búsqueda de un responsable. Es la exigencia de que ninguna otra familia tenga que encender una vela donde debía encenderse una celebración. Es el grito callado de una universidad que no quiere volver a despedir a los suyos por la violencia.
Hoy, el claustro entero la recuerda. Porque Alix ya no estará físicamente, pero su nombre quedará escrito en la memoria colectiva de quienes creen, aún con el corazón partido, que otro futuro es posible. Uno donde vivir, estudiar y enseñar no sea un riesgo.
Alix González tenía mucho por dar. Hoy, Cartagena llora no solo su muerte: llora la injusticia de que se lo hayan arrebatado todo.