En la zona de manglar, a un costado del caño de Bazurto, en el barrio Pie de La Popa, a escasos metros del puente Jiménez, por donde pasan miles de vehículos y personas, se encuentra el hogar improvisado de Katlin, una mujer, que, sin perder su valentía, lucha por sobrevivir a pesar de las circunstancias adversas.
Con tan solo 26 años, Katlin enfrenta una situación difícil: Deja a sus dos hijos, de entre 10 y 12 años, al cuidado de una amiga en Isla de Belén, un marginado sector de Fredonia, en la Zona Suroriental, mientras ella permanece a la intemperie en medio del manglar.
La tristeza es palpable en los ojos de Katlin, ya dice que su madre ha sido diagnosticada con cáncer. A pesar de la preocupación por su progenitora y la responsabilidad hacia sus hijos, no puede abandonar el lugar que ha sido su hogar improvisado, según ella, durante varios meses, atrapada por su adicción a una sustancia blanca que la mantiene prisionera en ese húmedo entorno, expuesta a mapaches, culebras y otros animales.
Originaria de Itsmina, Chocó, Katlin emigró hacia Cartagena en busca de mejores oportunidades. Sin embargo, una amiga llamada Ana la condujo por caminos oscuros, llenos de encuentros inapropiados con desconocidos. Fue Ana, lo advierte llorando, quien le ofreció una sustancia blanca en polvo, conocida como cocaína, la cual le brinda una falsa sensación de belleza y liberación.
Atrapada por su adicción, Katlin se encuentra en una encrucijada. Aunque anhela dejar atrás el manglar y buscar una vida mejor para ella y sus hijos, la dependencia del polvo blanco se interpone en su camino, convirtiéndose en un ciclo vicioso del que parece incapaz de escapar. Revela que está ahí porque no ha tenido oportunidades.
En ocasiones, dice Katrin trabaja como recicladora, con un supuesto amigo, ganando apenas $20.000, de los cuales envía $7.000 a sus hijos. Mientras llora y suplica por ayuda, su figura delgada refleja los estragos de la esclavitud a la cocaína.
La historia de Katlin refleja la lucha de una joven mujer atrapada en un entorno adverso y consumida por una adicción devastadora. Su deseo de encontrar una salida y brindar un futuro mejor a sus hijos choca con la realidad de una droga que ha tomado el control absoluto de su vida.}
“Ayer vino una señora cristiana y dijo que me ayudaría”, dice, en voz baja, mirando hacia todos lados, como para que no la escuchen.
En el breve diálogo que sostuve con ella, separado de los barrotes verdes que hace un tiempo Cardique instaló allí para proteger al manglar y devolver la sensación de seguridad a la comunidad del Pie de la Popa, Katlin llora desconsoladamente pidiendo ayuda a cualquier entidad que la saque del laberinto de su ahora mejor amiga, la cocaína.
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La mirada penetrante de un rostro que parecía una sombra, camuflado en el manglar, hizo que la conversación concluyera, como empezó, intempestivamente. La sombra, se toma forma de ser humano y emite un sonido onomatopéyico. Ahí mismo, un brazo largo emerge del mangle y la hala hacia el caño, mientras el pito de un bus urbano rompe el silencio de las 11 de la mañana. De los ojos de Katlin brotan lágrimas a borbotones.