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Del bus a la cárcel: capturan a “El Chawalita”, ladrón en serie de Bazurto con 12 antecedentes

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Los días de “El Chawalita” terminaron como terminan los de todo ladrón reincidente: en un callejón sin salida.

Esta vez no fue el rugido lejano de una sirena ni el estrépito de un operativo lo que delató su suerte. Fue una cámara anónima, instalada en una esquina cualquiera del Mercado de Bazurto, la que capturó su caída con la misma precisión con la que él despojaba celulares y cadenas de oro en los buses atestados de gente. Lo demás fue cuestión de tiempo y de la rabia acumulada de una comunidad que ya lo conocía de memoria: flaco, escurridizo, rápido como un soplo caliente de mediodía.

A sus 26 años, alias “El Chawalita” cargaba sobre los hombros más delitos que años vividos. Su expediente era un prontuario de los males de cualquier ciudad sin sueño: hurto calificado, acceso carnal violento, tráfico de estupefacientes, fuga de presos, porte ilegal de armas. Era, para muchos, un fantasma repetido en las esquinas del hampa menor, ese que se cuela entre los cuerpos sudados del mercado como una sombra que huele a miedo y a sudor barato.

Pero esta vez lo tocó la justicia. Sin ruido. Sin correr. Lo interceptaron en seco, con el peso de las pruebas y el dedo firme de un vecino que no quiso callar. Llevaba encima una pistola hechiza y un cartucho 9 milímetros. Y tal vez, por primera vez en mucho tiempo, no tenía escapatoria.

En redes sociales se viralizó el video que selló su destino: “El Chawalita” colgado de la ventana de un bus, como si fuera un simio urbano, despojando a un pasajero del único bien que a veces permite comer: el celular. La escena era casi cómica si no fuera tan trágica, tan frecuente. Porque el “raponazo” no es un robo cualquiera; es el zarpazo de la necesidad o la costumbre, y en Cartagena, esa modalidad se ha vuelto paisaje.

Las autoridades dicen que llevaba más de una decena de hurtos encima, todos cometidos en los alrededores de Bazurto. Seguía a sus víctimas como un depredador precario: los observaba bajar del bus, salir del mercado, distraerse con una bolsa, con un niño, con el peso de la rutina. Entonces atacaba.

Pero el margen de error de los delincuentes se achica cuando la comunidad decide hablar. Esta vez habló. Y lo que dijo fue claro: ya no más.

Ahora, “El Chawalita” enfrenta a la justicia. Su captura fue legalizada y los estrados aguardan. Las víctimas, muchas aún sin denunciar, esperan que esta vez el sistema no le abra la puerta por donde ya ha salido tantas veces. En El Pozón, en Bazurto, en San Fernando, se escuchan suspiros breves. Nadie cree del todo que la ciudad esté a salvo, pero cada caída sirve para recordar que no todo está perdido.

Mientras tanto, la Policía Nacional suma cifras: 2.846 capturas este año, 394 por hurto, 370 por porte de armas ilegales. Pero más allá del conteo, queda una certeza: por cada “Chawalita” que cae, hay otro que aprende. Porque el delito también observa. Pero esta ciudad, dicen, ya no quiere seguir entregando sus calles al miedo.

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