En Cartagena, el brillo del oro y el lujo suele atraer también la sombra de quienes viven al acecho. En la madrugada del viernes anterior, entre las calles del norte de la ciudad, la suerte le cambió a un joven que creía que robar era su oficio y escapar, su destino.
Alias ‘El Paisa’, de apenas veinte años, caminaba confiado por el barrio El Espinal cuando una patrulla le cerró el paso. En su bolsillo, los reflejos dorados de una cadena, una pulsera y un reloj Seiko delataban su más reciente botín: más de 20 millones de pesos en objetos que, horas antes, había arrebatado a dos turistas en Marbella, bajo la amenaza de un arma.
Las cámaras de seguridad lo habían visto todo. Cada paso, cada gesto, cada segundo de ese asalto quedó registrado. Bastó una llamada para que la Policía emprendiera la persecución. No hubo tiempo para correr. La reacción fue inmediata.
El joven, natural de Medellín, cargaba no solo con joyas ajenas, sino con un historial que parecía predecir su caída: cuatro anotaciones judiciales por hurto, receptación y violencia intrafamiliar. Un prontuario tan breve como su edad, pero tan largo como sus errores.
Los uniformados lo esposaron en silencio. El ruido de las sirenas reemplazó el eco de los disparos que nunca alcanzó a hacer. Esa noche, alias ‘El Paisa’ dejó de ser cazador para convertirse en el cazado.
El brigadier general Gelver Yecid Peña Araque, comandante de la Policía Metropolitana de Cartagena, lo resumió con firmeza:
“Seguimos mostrando resultados contra la delincuencia. En lo corrido del año hemos capturado 749 personas por hurto y 704 por porte ilegal de armas. La invitación es a denunciar y no permitir que unos pocos sigan afectando la seguridad de todos”.

En las calles de Bocagrande y Marbella, donde los turistas vuelven a caminar sin mirar hacia atrás, la noticia corrió rápido. Dicen que la justicia llega tarde, pero a veces llega con la precisión de un reloj recuperado.
‘El Paisa’ fue dejado a disposición de la Fiscalía General de la Nación, donde enfrentará las audiencias por hurto. Afuera, la ciudad continúa su rutina, entre el ruido de las olas y el eco de una lección que se repite con cada captura:
Quien vive del delito, termina viviendo para pagarlo.

