Foto Aníbal Therán Tom /Cartagena En Línea
Frente al imponente Centro de Convenciones Julio César Turbay Ayala, donde el concreto y la indiferencia se cruzan, Andrés, un hombre que habita en las calles y cuya única compañía son varios perros fieles, reposó en una serenidad que desafiaba la lógica de la noche cartagenera. Permaneció impávido, ajeno al rugir de los motores, al bullicio de los borrachos, al susurro de la brisa, a la intemperie, y a la algarabía de una ciudad que nunca duerme.
Andrés, con la simpleza de quien carga solo su cansancio, demostró que el sueño no necesita camas de caridad ni colchones de lujo, ni siquiera aquellos diseñados por la NASA. Cuando el cuerpo reclama descanso, el frío suelo se transforma en refugio, y el caos urbano, en un arrullo distante.
La madrugada fue cómplice de su descanso, mientras la brisa de Cartagena le acariciaba el rostro y las luces de la ciudad se desdibujaban en el reflejo del asfalto. Su respiración pausada, casi imperceptible, parecía sincronizarse con el latido de la noche misma, como si él y su entorno formaran parte de un mismo y apacible sueño.
Apenas despunte el sol, Andrés, con sus perros siempre fieles a su lado, retomará su jornada sin estruendos ni testigos, apenas dejando una huella efímera en el paisaje de una ciudad que avanza sin mirar atrás. Tal vez, en ese momento, las sombras se disipen y la indiferencia, al menos por un instante, se detenga a contemplar la inquebrantable dignidad de quien enfrenta la vida con lo poco que tiene y todo lo que es.
Estas son las estampas de la Cartagena de Indias que amamos, las mismas que nos susurran historias de humanidad y resistencia, siempre esperando ser vistas con los ojos del alma.
*Nombre cambiado