“Eran tan fuertes los dolores que no podía controlar el temblor de mi cuerpo. Me había quedado sin fuerzas para gritar: Así que le pedí a Dios que me permitiera partir de esta vida de sufrimiento y dolor. Me desvanecí y sentí que el rostro de mi madre, mi padre, mis hermanos y familiares cercanos pasaban por encima de mi cara y, entonces, volví a derrumbarme. Hubo un silencio por varios minutos, o segundos, hasta que vi un punto con una luz fuerte y brillante que casi no podía mirar, y, como por arte de magia, los dolores desaparecieron por completo, mientras una parte de mi levitaba, pero mi cuerpo seguía acostado en la cama”.
Así, Jaider Carmona, un joven de 19 años, que desde los cinco padece anemia de células falciformes, un trastorno de los glóbulos rojos, cuenta cómo salió de una de las crisis que lo mantenían en la sala de Cuidados Intensivos del Hospital Infantil Napoleón Franco Pareja o más conocido como la Casa del Niño.
“De repente volvió la luz, más intensa que antes y otra vez estaba en mi cuerpo. Recuerdo que eran como las tres de la madrugada y mi mamá estaba orando con mi familia por videollamada, pues temían lo peor. Yo no estaba prestando atención a la oración. Me sentía cansado y volví a desfallecer por unos instantes, y, entonces, volvió la oscuridad, pero de inmediato retornó la luz, y, entonces, sentí unas voces que me susurraban algo, unas palabras que yo repetía. Me levanté de la cama y comencé a repetir en voz alta las palabras que la voz me decía. Pensé que mi madre estaba en el cuarto, pero no había nadie. De repente, mi mamá entró al cuarto y me observó detenidamente de cómo le pedía a Dios y se puso a llorar repitiendo: ¡Milagro! Ese día sentí la presencia de Dios y desde entonces me he sentido mejor y con ganas de luchar para ganarle la batalla al cáncer”.
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“Mi calvario comenzó a los 12 años cuando la enfermedad afectó mi vida y los dolores se hicieron más fuertes, insoportables, tanto que pasaba más tiempo en la Casa del Niño que en mi casa de la calle Los Cedros, del barrio El Líbano. A los 16 años me diagnosticaron necrosis en cabeza femoral de la cadera izquierda. Gracias a la EPS Coosalud, a la cual estoy afiliado, me operaron, pero quedé cojo. Fue muy duro porque me tocó usar plantillas y por pena no salía de mi casa. No tenía en cuenta a mis amigos ni a mi mamá, siempre quería estar solo pintando. Para esa época intenté ponerle fin a mi vida y me tomé tres pastillas para el dolor, pero quizá por la fuerza de la oración, Dios no dejó que me fuera. Y es que en mi casa todos pedíamos ayuda divina para solucionar el problema, pues solo una operación especializada podía ayudarme a caminar bien de nuevo. Así que un día llegó la bendición y me operaron en la Clínica Costa Azul en Barranquilla. Y bueno, la operación resultó ser un éxito y, después de muchas terapias, volví a caminar bien. Y aquí estoy dándoles mi testimonio, pese a las adversidades”.
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Jaider a simple vista parece un artista. Su pelo largo, su postura, su manera de vestir, lo muestran como una persona diferente, pero tranquila. Lo conocí el 22 de diciembre cuando la Fundación AGM Huellas de Piedra apoyó la actividad de fin de año a los supervivientes del cáncer de la Fundación Esperanza de Vida (Fundevida) que dirige Nacira Villadiego. A simple vista es un joven normal, pero ha llevado una pesada carga por más de 14 años. Por esa razón, no ha tenido una niñez ni adolescencia normal, pues la mayor parte del tiempo se la ha pasado en hospitales y clínicas.
Hoy este joven dice sentir gozo porque sabe que tiene una segunda oportunidad. Por eso le pide al Altísimo le permita estudiar pintura en Bellas Artes y confía en que una persona de buen corazón pueda ayudarle a cumplir su sueño, pues sus padres no pueden apoyarlo porque la situación económica no es la mejor.
“Tengo la fe puesta en Dios en que voy a vivir muchos años y que seré un gran pintor para ayudar a mi familia que tanto me apoya”.