Cultural

Los cuentos de Amaury: “El sindicato de locos de Cartagena”

6 Minutos de lectura

La memoria de Amaury Muñoz Echenique, el periodista, el actor, el mamador de gallo, el bacán empedernido, parece estar llena de recuerdos fantasiosos de la Cartagena de los años sesenta y setenta, la época en que en la ciudad habían ciertos personajes que se hacían pasar por locos, pero que en realidad con su “cordura” alegraban la vida del villorrio.

En un salón del edificio donde habita en El Laguito, sentado en una poltrona, Amaury desentierra los recuerdos de su memoria, para contarnos la vez que en la ciudad hubo un sindicato de locos. Amaury no se sonroja al hablar con desparpajo de las vivencias que marcaron su vida, mucho antes de pensar que se convertiría en periodista, y que el tiempo pasara tan rápido. Al verlo siento que muy dentro de su ser vive un joven avispado, con los mismos ojos verdes, vivaces, que aprendió a vivir sin preocupaciones. Sus ojos verdes se van agrandando a medida que va contando la historia…

“Para ese entonces no había otra diversión en la ciudad que salir a la calle a esperar qué algo ocurriera. Uno en su casa se aburría, unas veces por el calor o porque no tenía nada que hacer y entonces el Centro de la ciudad era el sitio de los acontecimientos. Los personajes que alegraban nuestras vidas eran seis, a quienes la gente los llamaba locos, pero a mi parecer estaban en sus cabales, solo que eligieron una forma distinta de vivir. Ellos son Arturo Meza, a quien le apodaban ‘El Loco’; Peyeye, un sordomudo que hacía gestos para llamar la atención; El Tunda, un afeminado mamador de gallo; Ana Vicenta Díaz Fortich, a quien llamaban ‘La Carioca’, la cobradora más efectiva que había en la ciudad; Hollín, un hombrecito que siempre estaba sucio, pero sonriente, y Benito, aspirante eterno a la presidencia por el partido de las juventudes.

Benito el Presidente

Benito era un señor moreno, de pelo encrespado, que casi no hablaba. Solo levantaba los brazos en señal de victoria cuando lo estudiantes de la Universidad de Cartagena lo lanzaban a la Presidencia. Benito tenía una chaza en la esquina de la universidad donde vendía dulces, cigarrillos y maní. Llamaba la atención porque cada cuatro años, los estudiantes le ponían un saco y una banda con la bandera de Colombia y recorrían el Centro haciendo campaña y formando un escándalo. Las propuestas de Benito, consignadas en su programa de gobierno, eran colocar un abanico en la cima de la Popa, pues era la solución para acabar con el calor que reinaba en la ciudad y pavimentar el Río Magdalena para acabar con las inundaciones que ponían a sufrir a los ribereños. En medio del éxtasis que le producían los aplausos, Benito daba un discurso corto, para luego volver a vender sus dulces.

“Arturo El Loco”

Recuerdo como si hubiera pasado ahora mismo cuando “Arturo El Loco”, un hombre bajito y gordito, con su escándalo alegraba las tardes en el Centro de la ciudad. Los almacenes de telas, de calzado, de electrodomésticos, licorerías y colegios estaban entre la Calle Román y El Candilejo, así que a las cuatro de la tarde eran muy transitadas. Nosotros, unos ocho o diez pelaos, esperábamos a que ‘Arturo El Loco’ pasara para tocarle las nalgas. Automáticamente, gritaba y corría de un lado a otro, mientras se bajaba el pantalón para mostrar sus partes nobles a las jovencitas que a esa hora caminaban.  Como sería la bulla que armaba “Arturo El Loco” que los turcos cerraban los almacenes de telas y hasta la Policía llegaba. Cuando eso ocurría, un silencio sepulcral reinaba en la tarde y Arturo seguía vendiendo lotería normalmente.

En cierta ocasión, Arturo El Loco, fue contratado por un grupo de mamadores de gallo para que le gritara obscenidades al gobernador de la época cuando salía de su despacho. Todas las tardes, lo llamaba por su nombre y lo ofendía diciéndole: “El gobernador es marica”. Muchos recatados exigían respeto y desaprobaban la acción. Hasta que al tercer día lo pillaron. Entonces, el gobernador firmó un decreto donde le ordenó a la Policía detener a los locos de la ciudad, especialmente a Arturo. Así que Arturo fue enviado para Sibaté, un pueblito de Cundinamarca famoso por su hospital psiquiátrico.   Un mes después, Arturo volvió y cuando le preguntábamos por qué lo habían devuelto, decía: “Es que querían que cargara una cruz que el loquero había pintado con tiza en el suelo. Allá se dieron cuenta que no estoy loco, solo me las tiro”.

La Carioca

Ana Vicenta Díaz Fortich, más conocida como La Carioca, mujer de tez blanca, alta, corpulenta, era la cobradora más infame de la ciudad. Dicen que ella perdió un poco su lucidez cuando una de sus hijas murió a los cinco años. Ella vivía en su casa en Manga con su esposo extranjero y sus demás hijos. Era un personaje singular porque con su potente voz le cobraba a los deudores, advirtiéndoles, sin usar palabras soeces, que si no pagaba revelaría secretos de su vida. Ante semejante escándalo, la gente le pagaba.

Cierta vez la Carioca llegó a la calle Tumba Muertos del barrio San Diego, donde vivía una familia ‘pispireta’, aparentadores, a quienes no les gustaba pagar. La Carioca se apareció y gritó a voz en cuello: “Fulanita, mírala tan bien vestida y no paga los zapatos que le debe al turco Abraham”. Al instante se abrió una ventana y apareció una mano con unos billetes, que agarró para luego marcharse velozmente.

Cuando La Carioca cobraba cogía tanta rabia, que se arrebataba y cuando entraba en ese trance, ni la Policía podía controlarla.  Antes de la muerte de su hijita, solía disfrazarse de niña y cuentan que hasta premios ganó en el Carnaval de Barranquilla.

Peyeye

Peyeye era sordomudo, de andar sigiloso, que se acostaba en cualquier esquina de la plaza de San Pedro. Hasta donde estaba llegaba la gente a darle pan, comida. Peyeye agradecía con una sonrisa. Cuentan que cuando lo molestaban se ofuscaba y hasta hizo varias peleas.

“El Tunda”

El Tunda, era un hombre afeminado, de estatura media, delgado, pero barrigón, que decía que estaba en cinta.  En esa época no existían los gays, uno decía que era maricón. El Tunda no se molestaba, pues era un mamador de gallo empedernido. Pernoctaba por los negocios de La Calle Román y El Candilejo,  en cuyas esquinas se movía más plata que en Wall Street, pues estaban las cajas de cambio de Fabio Mora, Humberto Palacio, de Pardo y los almacenes de los turcos. Entonces, le pagaban para que le gritara a algún abogado o persona importante que pasaba: ‘Ay Dios mío fulano mira cómo me tienes, cúmplele a tu hijo’. La gente soltaba la carcajada y continuaba con sus quehaceres.

Hollín

El loco Hollín ejercía en la Plaza Santo Domingo. Dicen que llegó a Cartagena proveniente de un pueblo de Bolívar, después de despilfarrar una herencia. Se sabe que su familia había venido del Medio Oriente. Su apodo se lo ganó porque siempre estaba sucio. Cierto día Ramón Ladrón de Guevara, concejal de la época, y gerente de Jabón Bola, con el que mejor se lavaba la ropa, lo contrató como imagen de su producto. En esa época los concejales eran una dignidad y manejaban el Reinado Popular y las Fiestas de Noviembre.  ´Moncho´ como era conocido el concejal mandó a embellecer a Hollín, lo bañaron, afeitaron y lo vistieron con un esmoquin nuevo. Hasta estudio fotográfico le hicieron y pagaron avisos en el Diario de La Costa, que era el periódico que mandaba en Cartagena, donde aparecían fotos del antes y después del cambio. La gente se divertía con eso. Para esa ápoca estaba de moda la película de James Bond y entonces le tomaron fotos con una pistola en la mano, posando como el personaje de ficción, con una leyenda que decía: ‘Hollín Bond’. Era talla hilaridad que causaron esas fotografías, que Hollín no soportaba la risa de la gente y volvió a andar sucio y andrajoso por las calles de la ciudad.

El sindicato

Los supuestos locos antes descritos se conocían, se cuidaban y se apoyaban.  Cierto diciembre llegaron varios locos a Cartagena provenientes de Sibaté (Cundinamarca), donde había un hospital psiquiátrico famoso. Uno de ellos, de estatura media, bien arreglado, vestido con saco y corbata, peinado y hasta con una maleta, se apostó en una esquina del Portal de Los Dulces, exactamente en el puesto donde ‘El Loco Arturo’ vendía lotería. El tipo llegó a las seis de la mañana y como a las 10 encontraron a ‘El Loco Arturo’ y le dijeron que un loco nuevo le había robado su sitio de trabajo. Fue tal la cizaña que éste fue por Benito, La Carioca, El Tunda y Hollín para sacar al cachaco del sitio. Acompañado de sus amigos, ‘El Loco Arturo’ le dijo algo en el oído al señor del interior del país, que un segundo después agarró su maleta y se fue raudo hacia otro sitio. ‘Nuestro sindicato se respeta. Aquí no hay cabida para un loco más’”, dijo

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