Cultural

Nueve años sin Julio Rojas Buendía: el amigo que afinó el alma de un país que ama el vallenato

4 Minutos de lectura

 

-.”Julio fue de esos amigos que no se despiden: se quedan sonando en la memoria, como un acorde final que nadie quiere que se acabe“


A las notas de su acordeón le brotaban caminos, cantinas y plazas. Le salían mujeres de trenzas largas, viejos con historias de machete y mariposa, pueblos enteros soñando con una canción. Han pasado ya nueve años desde que se apagó la sonrisa lenta de Julio Rojas Buendía, el dos veces Rey Vallenato —en 1983 y 1994—, el músico que con su fuelle endulzó la tristeza y puso a bailar hasta a los que no sabían olvidar.

Pero él no se ha ido. Sigue donde la música se resiste al silencio: en un sancocho de domingo, en una serenata de pueblo, en las voces de sus hijos que heredaron su causa, y en la memoria entrañable de quienes compartimos la suerte de haberlo llamado amigo.

Una madrugada en el pretil

Lo conocí en Barranquilla, una madrugada de septiembre de 1992, cuando yo era estudiante de periodismo y él ya era leyenda. En un pretil de la famosa Calle 72 nos juntamos sin querer, como se juntan las guitarras con los corazones sin mapa. Cantábamos los primeros versos del hoy reconocido compositor Juan Manuel Pérez “El Catedrático”, acompañados del maestro Dagoberto Barros (†) en la guitarra. Desde entonces, Julio y yo tejimos una amistad donde cabían el vallenato, la literatura y la justicia.

Julio era un hombre de conversación pausada, de esos que le ponen palabra a la brisa. Me abrió las puertas de su casa como se abre el acordeón: con confianza, con calor. En su casa de la Carrera 38 de Barranquilla no había plato que cocinara doña María, su prima, que no tuviera historia, ni acorde que no estuviera hecho con cariño de pueblo.

La corona y el canto

Julio no solo tocaba el acordeón; lo vivía. Fue Rey Vallenato en dos ocasiones memorables, con un estilo limpio, emotivo y de raíz. Su forma de tocar desbordaba las categorías del Festival de la Leyenda Vallenata y se metía de frente en el corazón de la gente.

Lo recuerdo interpretando con maestría piezas como “Pena y Dolor”, “Volvieron”, “Nací Solo” y ese himno de nostalgia que fue “Oye Gitana”, junto a Joaco Pertuz. A su lado estuvieron artistas como Luis Vence, Miguel Herrera, Enaldo Barrera, Poncho Zuleta, y la inolvidable segunda voz de Eder Rojas, el urumitero que fue su sombra fiel. Cada nota tenía el peso de su alma; cada melodía, una historia sin palabras.

El rey de Gabo

Gabriel García Márquez lo adoraba. Lo invitaba a sus reuniones íntimas donde el vallenato era liturgia, y la risa, credo. “Julio Rojas es de los míos”, decía el Nobel. “Tiene apellido Buendía y alma de juglar”. Y no exageraba. Julio parecía sacado de Macondo: tenía el andar lento, la mirada dulce, el corazón en la mano.

Una vez, en Cartagena, ya siendo yo periodista en El Universal, me llevó a conocer al Nobel en su casa del Centro. “Para que le estreches la mano y te diga algo que te sirva de excusa para escribir”, me dijo. Allí entendí que la literatura y el vallenato nacen del mismo dolor alegre de la Costa Caribe.

Anécdotas con sabor a gloria

En Valledupar, en 2008, me invitó a un festival donde conocí a Poncho Zuleta, que ese día reunió a más de cincuenta habitantes de calle y les ofreció una jornada de dignidad. Varios se enamoraron, y en una escena surrealista de ternura vallenata, Poncho se disfrazó de cura y los casó. Julio me miró y dijo: “Esta tierra es así, compadre: donde hay locura, hay poesía”.

Ese mismo día, caminando por la Plaza Alfonso López, nos topamos con el maestro Enrique Díaz, quien soltó una joya irrepetible. Cuando Edgardo Maya Villazón, entonces Procurador General, quiso abrazarlo para una foto, Enrique preguntó sin saber quién era:

—¿Y usted quién es?

—Soy el Procurador General de la Nación —respondió Maya.

—Entonces procure quitarme la mano de encima —le dijo Enrique—. A mí no me gustan los abrazos de macho. Macho con macho da rasquiña.

Y la carcajada de Julio, franca y sabrosa, todavía me parece escucharla.

Un padre de corazón abierto

Julio no solo fue rey del acordeón: fue un padre entrañable. A sus hijos Julio Alejandro, Julio Alfonso, Julio Mario y Julio César, los amó con la fuerza de su ser y les inculcó el amor por la música. Todos están en el medio. Al menor, Julio César, lo miraba con fe: “Ese pelao tiene el don, confío en él”. Hoy, cuando lo vemos brillar junto a Tavo Sumosa, sabemos que su viejo debe estar sonriendo allá arriba.

Aunque terminó su relación con su esposa Karina Díaz, nunca se separó de sus hijos. Ellos lo acompañaron en las buenas, en las giras, en la vida… y también cuando su corazón —operado más de seis veces— ya pedía silencio.

Siempre San Juan… y Cartagena también

Julio nunca olvidó San Agustín ni San Juan Nepomuceno, ni a personajes como Yayo Bustillo, Pironcha, o Rañao, aquel que soñaba con ser presidente del pueblo. Me ayudó a buscar historias como la de Longo Castillo y su gallo Pepito, que aún tengo pendientes por contar. Me dejó crónicas a medio escribir que algún día terminaré, por respeto a su memoria.

En Cartagena también dejó huella en su paisano Oscar Puello. Recuerdo cuando le presenté a uno de sus últimos grandes amigos en la ciudad: Amaury Muñoz, ese periodista irreverente, divertido y tierno con quien compartió carcajadas, anécdotas y locuras. Lo quiso como a un hermano, y se reía con él como se reía conmigo: con la sabiduría del que ya lo ha visto todo… y aún así se sigue riendo.

La última nota

Julio Rojas Buendía no murió: se convirtió en acordeón. Está en cada nota que toca un campesino, en cada verso que llora un juglar, en cada historia que aún no se ha contado. Se fue con la sonrisa puesta, como quien sabe que ha vivido con dignidad, con música y con verdad.

Y aquel junio de 2016, fuimos a despedirlo con mi esposa Hilda Cecilia, con flores, canciones y lágrimas. Lo acompañamos a su última morada como se despide a los imprescindibles, a los que se convierten en raíz.

Nos quedó su silencio, sí. Pero también su eco: ese acorde eterno que aún suena cuando alguien dice su nombre.

Porque Julio Rojas Buendía fue más que un rey vallenato.

Fue el amigo que afinó el alma de un país que ama el vallenato.

Noticias relacionadas
Cultural

Alcaldia de Cartagena rindió Homenaje a Eliseo Herrera, “El rey del trabalenguas”

3 Minutos de lectura
“NO HA NACIDO UNO IGUAL”: ALFREDO GUTIERREZ En un acto que será recordado por su emotividad, anécdotas y entusiasmo musical, se cumplió…
Cultural

“La flor que creció en jardín ajeno” llega a las librerías como un canto a la resiliencia, la sanación y el perdón

2 Minutos de lectura
El próximo lunes 23 de junio a las 5:00 p.m., será presentado oficialmente el libro “La flor que creció en jardín ajeno”,…
Cultural

Cartagena conmemora los 100 años del maestro Eliseo Herrera con un sentido tributo cultural

2 Minutos de lectura
_El 14 de junio, la ciudad rendirá tributo al icónico cantante y compositor cartagenero Eliseo Herrera Junco en el Teatro Adolfo Mejía,…
Suscribete y entérate al instante de las noticias más recientes