Era de madrugada cuando los uniformados de la Seccional de Investigación Criminal de la Policía Metropolitana de Cartagena irrumpieron en las viviendas señaladas como centros de expendio de drogas. En un operativo milimétricamente coordinado, al menos ocho barrios de la ciudad despertaron al estruendo de puertas derribadas y órdenes de captura. Torices, La Esperanza, El Bosque, Paraguay, Olaya Herrera, Paraíso y Nelson Mandelase convirtieron en el epicentro de la “Operación Samurai”, el más reciente golpe contra el tráfico de estupefacientes en la capital de Bolívar.
Bajo la luz de los reflectores policiales, ocho presuntos integrantes de una banda dedicada al microtráfico fueron capturados. Entre ellos, una mujer. Su labor, según las investigaciones, consistía en mover la mercancía en zonas escolares, donde cada dosis de bazuco o marihuana era intercambiada con la rapidez y discreción de un gesto rutinario. El negocio criminal les representaba ingresos de más de 100 millones de pesos mensuales, dinero que fluía en efectivo, en transacciones clandestinas y en favores dentro del bajo mundo.
Barreras invisibles y rentas criminales
Las casas allanadas no eran simples viviendas. Eran fortalezas disfrazadas de hogares humildes, con puertas reforzadas, cámaras de seguridad y rutas de escape diseñadas para evitar a la justicia. Sin embargo, la Policía llegó sin margen de error. En una de ellas, escondida en el doble fondo de un armario, se halló una pistola con el número de serie borrado. En otra, una motocicleta que, según reportes, había sido usada para el transporte de droga y, posiblemente, en hechos violentos.
El botín del operativo no se limitó a capturas. Durante las diligencias se incautaron 900 dosis de marihuana, 400 de bazuco, un revólver, una pistola, 24 celulares y una gramera, herramienta clave en el negocio de la dosificación de sustancias. También se encontraron tres licuadoras y 500 empaques plásticos, evidencia del meticuloso proceso de distribución que alimentaba el consumo en la ciudad.
Para los investigadores, la importancia de este golpe radica en la erradicación de puntos fijos de expendio. Cada vivienda allanada no solo funcionaba como centro de almacenamiento, sino como punto de distribución que garantizaba el flujo constante de droga en las calles. El impacto va más allá de las cifras: significa menos jóvenes atrapados en la red de la drogadicción, menos disputas entre bandas rivales y, sobre todo, menos homicidios derivados del control territorial.
Un prontuario que habla por sí solo
Los detenidos no eran novatos en el mundo del crimen. Cuatro de ellos ya contaban con antecedentes por tráfico de estupefacientes, porte ilegal de armas de fuego, violencia intrafamiliar y lesiones personales. Sus expedientes son el reflejo de un fenómeno más amplio: la intersección entre el microtráfico y otras formas de delincuencia, donde la violencia es moneda corriente y la impunidad, un desafío constante para las autoridades.
El brigadier general Gelver Yecid Peña Araque, comandante de la Policía Metropolitana de Cartagena, fue tajante en su declaración: “Estamos dando golpes contundentes contra estas estructuras multicrimen que no solo se disputan el tráfico local de estupefacientes, sino que además son generadoras de hechos violentos y homicidios en diferentes sectores de la ciudad”.
Las cifras respaldan sus palabras. En lo que va del año, más de 573 personas han sido capturadas por tráfico de drogas en Cartagena y 134 kilos de alucinógenos han sido incautados. La lucha es constante, pero cada operativo representa un respiro en la batalla contra el crimen.
Silencio cómplice o colaboración ciudadana
Mientras los detenidos eran conducidos a los calabozos de la URI de la Fiscalía, los vecinos observaban desde la distancia. Algunos con miedo, otros con alivio. En barrios donde el microtráfico ha tejido su propia ley, romper el silencio puede ser un acto de valentía o de condena.
Las autoridades insisten en que la cooperación ciudadana es clave. La Policía ha habilitado líneas de contacto bajo absoluta reserva para recibir información sobre expendedores y estructuras criminales. Sin embargo, el temor sigue siendo un obstáculo en la lucha contra estos grupos que, a pesar de los golpes, encuentran nuevas formas de reinventarse.
La “Operación Samurai” es un paso más en esta guerra silenciosa que se libra en las calles de Cartagena.