La mañana de este jueves, en el barrio Crespo, un silencio tenso envolvía la calle mientras decenas de miradas apuntaban hacia un tejado. Allí, una joven, visiblemente alterada, se aferraba al borde de la vida y del techo de un edificio. Desde abajo, el murmullo de vecinos, policías y paramédicos flotaba en el aire como una súplica contenida. Pero fueron los bomberos de Cartagena quienes subieron.
Uno de ellos, Francisco Murcia, con el casco bien puesto y el paso firme, llegó hasta ella. No había tiempo para discursos. Solo la urgencia del cuerpo, de la palabra justa, del gesto que pudiera hacerla retroceder.
El tejado, sin embargo, no soportó la tensión. En un instante tan breve como un parpadeo, se vino abajo. Ambos —la joven y el bombero— cayeron. Un grito cortó el aire. Luego, el estruendo seco del impacto.
Milagrosamente, las lesiones fueron leves. Francisco, golpeado pero consciente, fue el primero en pedir que atendieran a la joven. Ella, aún desorientada, fue trasladada junto con él a un centro médico, donde se recuperan fuera de peligro.
El comandante del Cuerpo de Bomberos de Cartagena, Johny Pérez, llegó minutos después, caminando entre cables, cascos y voces tensas. Observó el tejado vencido, las manos raspadas de su compañero, y a la muchacha que, sin palabras, parecía volver poco a poco al mundo.
“Estamos para salvar vidas, incluso cuando no hay fuego”, dijo. Luego levantó la mirada, como si hablara no solo a la prensa, sino a toda la ciudad: “Si alguien siente que no puede más, que no tiene salida, por favor, llame. Pida ayuda. Aquí siempre habrá una mano dispuesta a sostenerla antes de caer”.
Y así, mientras el sol empezaba a calentar otra jornada sobre Cartagena, una vida que parecía al borde del abismo encontró una segunda oportunidad. A veces, eso es todo lo que se necesita: un tejado, un bombero y una voz que diga no estás sola.