José Morales Valencia llegó tempranito a su sitio de trabajo, 6:00 am, a un lado de la avenida de El Lago, en los estertores del mercado de Bazurto frente al Jardín Los Luceros, dando saltos cortos y lanzando puños al aire, como si estuviera en un ring de boxeo para dar inicio a la pelea de su vida.
El bullicio de la gente centró la atención de todos los compradores de pescado fresco que allí estábamos en el joven de tez negra, pelo rasta, y sonrisa plena, que llegó vestido con una camiseta roja y un jean azul. ¡Boxeador!, le gritaron al unísono sus compañeros de labores, gente pobre y humilde que se alegra con cualquier gesto alegre. Entonces levantó los brazos en señal de victoria y soltó una carcajada, mientras se colocaba el delantal de cuerina marrón y sacaba un set de cuchillos afilados de una chapuza de cuero para comenzar a arreglar peces de todo tipo, que pescadores de Barú y Tierra Bomba sacan del mar. Segundos después agachó su cabeza para recibir la bendición de su padre, Redimberto Morales Cortés, un escamador y arreglador de pescados con más de 30 años en el oficio, y de una vez se puso a limpiar dos cojinúas que una clienta había comprado.
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A simple vista se nota que José Morales practica algún deporte, pues su cuerpo magro lo delata. Parece un hombre feliz porque ríe por cualquier cosa, pero muy pocos saben que por la escasez no pudo estudiar y estuvo a punto de ser pandillero o atracador. Nació en la calle Cubero Niño en La Candelaria, pero cerca de La Esperanza, donde muchos jóvenes sucumben a las drogas y a la delincuencia. Se persigna para decir que gracias a los consejos de sus padres no cayó en las tentaciones, que hoy tienen a varios de sus amigos de infancia bajo tierra. Por eso, más bien, se inclinó por el deporte y comenzó a practicar fútbol, pero en sus palabras “como es un deporte costoso, lo dejé”, y a los 16 años comenzó a practicar boxeo. En estos 10 años en el boxeo se ha enfrentado a un camino difícil de andar, lleno de vericuetos, y solo hizo pocas peleas como aficionado y tarde saltó al profesionalismo donde ha perdido las dos peleas que ha hecho.
Sus 65 kilos de peso lo ubican en la categoría Wélter o mediano y así pasó a profesional, pero los manejadores solo lo ven como una presa fácil que sube al ring cuando buscan un rival de poca monta que necesita ganarse un puñado de billetes.
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El viernes 29 de julio llegó bastante pescado de Barú y a José le cayó abundante trabajo. Así que en medio de su faena contestaba las preguntas sobre las vicisitudes de su vida. En un día así sus ganancias pueden sobrepasar los $50.000. pero en los días normales gana entre 30 y 40 mil pesos.
-. “Esta mañana me levanté más optimista que nunca porque desde que una escama de sábalo se me metió en el ojo, hace tres meses, no he podido volver a pelear, y me sentía triste. Pero hoy amanecí contento pidiéndole a Dios una oportunidad y siento que me la ha dado, pues quiero que la gente conozca mi historia y las ganas que tengo de triunfar. La verdad ya no quiero seguir arreglando pescados, quiero dedicarme de lleno al boxeo”.
-. “La primera pelea la perdí con Edgar de La Hoz, cartagenero, en el asalto segundo en el coliseo Happy Lora de Montería, el año pasado. Allá di la talla porque me entrenó Alfonso “El Olímpico” Pérez y pude batallar, pero al final perdí. La segunda pelea la hice con un venezolano de apellido Jiménez en Los Palmitos (Sucre). Hasta allá fui con un solo día de entrenamiento, la verdad me llevaron de carnada, sin entrenador, pero casi termino los cuatro asaltos, pero un recto de derecha en la frente me derribó, después me pasó un accidente aquí arreglando pescados, cuando escama de sábalo se me metió en el ojo, por lo que llevo tres meses inactivo y aunque ya estoy bien, no me han vuelto a llamar. Aunque tengo claro que no volveré a subir al ring sin entrenar bien”.
José dice sin recatos que no ha tenido un buen entrenador y que entrena solo, por lo que no ha tenido una buena preparación.
-. “Yo quisiera tener un buen entrenador, alguien que me apoye para ser un campeón mundial. No quiero seguir trabajando arreglando pescados porque sé que mi futuro está en el boxeo”.
Todos los días se levanta y trota por espacio de una hora para mantenerse en forma. Trabaja de seis am a 11 am sacándole las vísceras a cientos de pescados para poder sobrevivir. Por las tardes entrena en su casa o si tiene para los pasajes va al gimnasio Chico de Hierro.
Sus ojos se llenan de lágrimas cuando dice que Jhon Redy, su hijo de año y seis meses, y el que está en el vientre de Yorgelis Garay Noriega, su esposa, merecen una buena vida, que solo con el boxeo les puedo brindar.
-. “Ojalá y alguien conozca mi historia y me ayude a convertirme en campeón para dejar de trabajar. Dios mío, solo una oportunidad te pido”, concluye arrodillándose en el barrial del puerto de las lanchas de Barú y mirando hacia el cielo, como buscando a Dios entre las nubes.