El pasado 6 de agosto, San Jacinto se convirtió en el epicentro de una devastación sin precedentes. Un feroz vendaval azotó con furia a este municipio, dejando tras de sí un paisaje de destrucción en más de 1,500 viviendas, de acuerdo con el censo de la Alcaldía. Lo que alguna vez fueron hogares seguros, hoy son casas destechadas por el viento, sumiendo a cientos de familias en una profunda crisis.
El saldo de la tragedia es abrumador. En el casco urbano, 52 barrios fueron duramente golpeados, entre ellos Villa Alegría, Javier Cirujano, La Paz, y 8 de Diciembre. Las zonas rurales tampoco escaparon a la furia del vendaval; corregimientos como Las Palmas, Bajo Grande, San Cristóbal, Arena, y Charquitas se encuentran entre los más afectados. Pero la devastación va más allá de las estadísticas: son las historias de vida, de lucha y de esperanza las que hoy están en riesgo.
La magnitud del desastre es especialmente cruel para las familias y los adultos mayores, quienes vieron cómo el viento arrasaba con los techos de sus casas, muchas de ellas construidas con bahareque y zinc. Estas frágiles estructuras, que alguna vez fueron refugio y hogar, quedaron expuestas a la intemperie, despojadas de la seguridad que una vez brindaron. La fuerza del viento no solo se llevó los techos, sino también la tranquilidad y la estabilidad de estas comunidades.
El impacto ha sido tal que numerosos hogares han quedado inhabilitados, obligando a sus habitantes a buscar refugio con familiares, muchos sin poder recuperar siquiera sus pertenencias más esenciales. La desesperación se siente en cada rincón de San Jacinto, donde la incertidumbre sobre el futuro pesa más que nunca.
Ante la gravedad de la situación, la alcaldesa de San Jacinto, Merly Viana, declaró la calamidad pública y activó el fondo de Gestión del Riesgo para canalizar las primeras ayudas. No obstante, Viana sabe que la situación sigue siendo crítica y, por ello, hace un llamado urgente a la solidaridad de todos: “Entre todos podemos devolverles la tranquilidad a estas familias que lo han perdido todo. Muchos han quedado sin techo y sin enseres, viviendo ahora en la incertidumbre. Aunque la Alcaldía ha habilitado albergues, la situación sigue siendo grave”, manifestó con evidente preocupación.
La alcaldesa también expresó su gratitud al gobernador Yamil Arana, quien ha llevado mercados, láminas de zinc y kits de aseo y cocina a las zonas más afectadas. Sin embargo, Viana enfatizó que se necesita mucho más para ayudar a estas familias a reconstruir sus vidas. “La tragedia que viven no puede ser subestimada; el vendaval no solo destruyó casas, sino que también arrebató la tranquilidad y la seguridad de estas comunidades, que ahora enfrentan un largo y difícil camino hacia la recuperación”, añadió.
La Alcaldía y otras entidades continúan organizándose para entregar más ayudas a los damnificados, pero el reto es enorme. En San Jacinto, el vendaval no solo dejó un rastro de destrucción material; también quebrantó los espíritus de aquellos que, como Manuel Guillermo Estrada Hernández, un adulto mayor, vieron desaparecer su hogar en un abrir y cerrar de ojos. “El vendaval me dejó sin casa. Si llueve, me toca dormir debajo de la mesa. Yo vivo solo y no tengo a dónde ir”, lamentó con tristeza.
Así mismo, Claudia Fernández, habitante del barrio La Bajera, comparte una historia similar. “Los fuertes vientos se llevaron el techo de la casa que me dejaron mis papás. Vivo solita, no tengo a nadie porque mis padres murieron. Necesito que me ayuden porque perdí enseres y hasta el colchón”, cuenta, mientras intenta asimilar la pérdida.
San Jacinto, una comunidad que siempre ha mostrado su fuerza y resiliencia, ahora necesita del apoyo de todos para superar esta tragedia. Cada gesto de solidaridad cuenta en la ardua tarea de reconstruir no solo casas, sino también vidas y esperanzas.