Opinión

Adolfo Raad Hernández: el peso de la palabra y la fuerza del carácter

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La política de Bolívar ha perdido a uno de sus hombres más intensos y auténticos. Despedimos al exconcejal Adolfo Raad Hernández, dirigente conservador, líder forjado en el debate, en la calle y en la palabra.

Mi amistad con Adolfo no solo me permitió conocer al político comprometido, sino también al ser humano leal, sensible, profundamente entregado a su familia, a su ciudad y a las causas que abrazaba. Su vida fue una lección permanente de carácter.

Hombre de convicciones profundas y alma combativa, Adolfo no temía enfrentarse a ningún poder, ni a ningún gobierno, si de defender sus ideas se trataba. Lo movía una pasión genuina por Cartagena, por su porvenir, por su dignidad. Su liderazgo fue innegable, y su palabra, de esas que valen oro: cuando asumía una causa, la defendía hasta el final, sin matices, sin dobles lecturas.

En medio de una clase política muchas veces marcada por la ambigüedad, Adolfo sobresalía por su templanza, su frontalidad y una memoria prodigiosa que le permitía declamar poesía, citar historia y hablar con propiedad de vallenatos, discursos y batallas cívicas. Tenía un profundo respeto por la palabra y por la lealtad, algo que hoy escasea y por eso tanto valoramos quienes lo conocimos.

Adolfo también fue un padre amoroso, un abuelo presente, un esposo entregado y un amigo fiel, de esos con los que uno podía contar siempre, sin condiciones. Personalmente, lo recordaré cada vez que escuche un buen discurso, cada vez que vea a alguien defender sus principios con firmeza, cada vez que un gesto de amistad sincera se asome entre tanta prisa.

La política, sin él, será menos intensa. No volverán esas llamadas tempraneras ni esas largas tertulias que me hacían repensar el oficio público. Su voz, tan potente como su espíritu, hará falta. Pero me queda el orgullo de haber compartido con él la amistad y la lucha.

Hombres como Adolfo, a veces, son incomprendidos en vida, pero su ausencia terminará de revelar su grandeza. Nos deja su ejemplo, su consecuencia, y el eco imborrable de una voz que no se rendía nunca.

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