“Con gratitud y serenidad, Benjamín Diffilipo Valenzuela se despide de Cardique tras 28 años de servicio”
Ingeniero químico, ambientalista de vocación y compañero entrañable, deja una huella profunda en la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique. Su legado es el de un servidor público que trabajó en silencio por el agua, los árboles y la gente, con respeto, humildad y compromiso.
Hay personas que no hacen ruido, pero dejan huella. Que no hablan mucho, pero enseñan con cada gesto. Que no necesitan imponer autoridad, porque su sola presencia invita al respeto. Así es Benjamín Diffilipo Valenzuela, el hombre sereno que por casi tres décadas fue una de las almas discretas de la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique (Cardique).
Ingeniero químico de formación, ambientalista por vocación, maestro sin aulas y servidor público en el sentido más noble del término. A Benjamín se le ve siempre caminando despacio, como si no quisiera interrumpir la armonía del entorno, como si supiera que hasta el aire merece cuidado.
Ingresó a Cardique el 4 de septiembre de 1996, después de participar en un concurso al que llegó casi por intuición, mientras trabajaba en el montaje de una fábrica en otra ciudad del país, lejos de su familia. Se presentó, hizo los exámenes, y ocupó el primer lugar. “Gracias a Dios quedé”, dice aún con humildad, como si el mérito no fuera enteramente suyo.
Antes de eso, ya tenía más de 12 años de experiencia en el sector industrial, y una tesis universitaria sobre tratamiento de aguas residuales que anunciaba desde temprano su preocupación por la naturaleza. Pero fue en Cardique donde echó raíces. “Aquí encontré mi lugar”, confiesa.
En estos 28 años y 55 días, Benjamín ha hecho de todo: ha sido profesional especializado, subdirector de Gestión Ambiental, director encargado, asesor, compañero y guía. Pero su mayor título es otro: el de ser una buena persona. Esa que escucha antes de hablar, que enseña sin hacer sentir menos a nadie, que no se niega a un reto y que cuando le preguntan algo, nunca dice “eso no es conmigo”.
A muchos les sorprendió aquella vez que la directora de entonces, Cecilia Bermúdez, le otorgó un incentivo sin previo aviso. “Fue un gesto bonito, una sorpresa que me motivó aún más”, recuerda. Pero su verdadera recompensa ha sido el cariño de sus colegas y la certeza de haber trabajado con amor por lo público.
“Yo siento que aquí encontré una familia”, dice con la voz entre la nostalgia y la gratitud. Porque si algo ha marcado su paso por Cardique no es solo el conocimiento técnico, sino la forma en que lo ha compartido. “Uno aprende para enseñar, no para guardárselo”, repite como un mantra.
Ahora que Benjamín se despide, no deja un escritorio vacío, sino una estela de enseñanzas silenciosas. Su legado no hace alarde: florece como manglar paciente, se desliza como agua limpia entre las piedras. No se va del todo, porque los que siembran con humildad no parten, germinan en otros.
En los pasillos de Cardique seguirá el recuerdo de su calma, su manera de resolver sin ruido, su costumbre de escuchar más que de imponer. Y en cada caño restaurado, en cada ciénaga defendida, en cada joven profesional que aprendió de su ejemplo, seguirá latiendo su espíritu sereno.
Benjamín no solo cuidó el medioambiente: cultivó vínculos, honró la función pública, fue puente entre la técnica y la sensibilidad. Y ahora, cuando dice adiós con una sonrisa leve y los ojos brillantes, se despide como lo hacen los hombres buenos: en voz baja, dejando todo en su sitio y el alma en paz.
Benjamín recibió un emotivo homenaje en Cardique. En la foto con el director de la corporación, Ángelo Bacci.