Hace diez años, el vallenato se sumió en el lamento de una pérdida irreparable: Diomedes Díaz, “El Cacique de La Junta”, dejaba este mundo, pero su legado vibrante sigue resonando en cada acorde de sus icónicas canciones. Alberto Salcedo, el gran cronista, describió a Diomedes en su crónica “La Última Parranda” como “El Mandacalla”, el “Rapsoda del Pueblo”, un hombre que desafiaba las normas con la misma intensidad con la que marcó la historia de la música colombiana.
En aquel diciembre nostálgico, Valledupar se convirtió en el epicentro de la melancolía y la celebración. Sus seguidores se reunieron en las calles que vieron crecer al ídolo, recordando los días en que su voz inundaba cada rincón. Las esquinas de la ciudad resonaban con las notas de álbumes inmortales como “Título de Amor” y “Tres Canciones”, testigos de un talento que trascendió las barreras de lo convencional.
Diomedes, con su turbulenta vida y su innegable genialidad musical, escribió capítulos memorables en la crónica vallenata. Desde su debut con “La Ventana Marroncita” en 1978 hasta su prolífica carrera con álbumes como “Oye Bonita” y “La Locura”, Diomedes Díaz se erigió como el narrador de los amores, desamores y vivencias del pueblo.
A pesar de las controversias que rodearon su vida, la devoción hacia su música prevalece. Canciones como “Lluvia de Verano” se convirtieron en himnos atemporales que siguen marcando la vida de quienes buscan la esencia del vallenato auténtico.
En este décimo aniversario, los homenajes son tributos a un artista que dejó huella imborrable. Los murales en las calles de Valledupar y los conciertos que celebran su legado son recordatorios de que Diomedes Díaz, “El Mandacalla”, sigue siendo un faro en la vastedad musical, iluminando el camino de nuevas generaciones que descubren su obra con admiración y respeto.