En la remota Isla Fuerte, el acueducto conocido como “El Engaño”, se mantiene como un monumento a la paradoja, pues sus habitantes siguen consumiendo el agua dulce, que Dios les manda del cielo, y la salobre, de acuíferos subterráneos.
En el año 2011, bajo el mandato de Judith Pinedo, la Alcaldía de Cartagena erigió un majestuoso tanque elevado, destinado a almacenar el preciado líquido extraído de las entrañas de pozos profundos, con la promesa de llevar alivio hídrico a los habitantes de esta isla, el confín más distante de Cartagena.
Con una inversión de 750 millones de pesos, las tuberías se enroscaron como arterias, conectando viviendas y hogares al imponente depósito. Sin embargo, como si fuera un conjuro de la naturaleza, el agua nunca llegó a fluir.
La comunidad aún recuerda el gesto de Pinedo, quien en ese mismo año les construyó un colegio y les brindó apoyo en otras inquietudes. Pero el clamor actual es unánime y se alza como una ola incontenible y le piden a la ex alcaldesa, quien aspira nuevamente, que vaya a dar la cara, pues no es justo que los hayan engañado de esa manera. Ruth María Fernández, nativa de Isla Fuerte, expresa con angustia: “Ese tanque elevado que construyeron es una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Vivimos con el temor de su desplome”.
Por su parte, Maryuris Medrano, otra habitante de la isla, implora a la Alcaldía que tome medidas con respecto a esta estructura amenazante: “Más de treinta casas se yerguen en su sombra, vulnerables ante su posible derrumbe. Vivimos con el miedo, pues sus vigas crujen con cada embate de los vientos fuertes”.
Entre tanto, Eva Fernández, otra alma arraigada en el territorio insular, asevera con tristeza que aquel tanque elevado jamás atesoró una gota de agua: “El acueducto fue una artimaña, una ilusión. Nosotros dependemos de la lluvia y, para los quehaceres cotidianos, extraemos el agua de las entrañas de la tierra, que aunque un poco salobre nos ha servido siempre”.
Empero, el clamor es evidente, la necesidad urgente. La Alcaldía es invocada como el faro de esperanza en este oscuro mar de incertidumbre hídrica. “Aquí nadie viene y, si acaso llegan, pronto nos olvidan”, se lamenta Ramiro Cuadrado Zuñiga, otro miembro de la comunidad.
En Isla Fuerte, un recóndito corregimiento distante 400 kilómetros de Cartagena, los vínculos comerciales se entrelazan con Lorica y San Bernardo del Viento, municipios de Córdoba, como hilos frágiles en la vasta trama del destino.
Sus habitantes viven de la pesca y el turismo ecológico y quieren sentirse cartageneros, pero se sienten olvidados porque sus quejas no las atiende nadie, pues ni siquiera Policía hay y los conflictos los dirimen los mayores.
“Usted cree que a estas alturas del calendario electoral a Isla Fuerte no ha llegado ningún político. Esperamos que lleguen los candidatos para que se comprometan con el agua, que es nuestra mas sentida necesidad”, recalcó Ramirito Cuadrado.
La distancia no solo es geográfica, sino también se extiende como una metáfora de la desconexión entre promesas y realidades, entre la necesidad de agua y el engaño que se extiende como un manto en el infinito mar azúl claro aue bordea la isla poblada por gente buena.
Maryuris Medrano.
Ruth María Fernández.
Ramiro Cuadrado.