¡No te pierdas esta columna del exconcejal César Pión, titulada “Muera Sansón y sus Filisteos”! En este escrito, Pión reflexiona sobre la realidad política en Colombia, donde la corrupción, las traiciones y los falsos positivos amenazan con devorar a quienes buscan hacer un cambio. Una lectura imprescindible para entender el panorama político actual y los desafíos que enfrentan quienes se atreven a incursionar en él. ¡Descubre su perspectiva única y profunda sobre el poder, la justicia y la moralidad en nuestra sociedad!
Al tomar un taxi para ir al centro de la ciudad, escuché en la radio comentarios sobre las sindicaciones y actuaciones contra exfuncionarios de la Unidad de Riesgo. El chofer me dijo que le parecía bien que a muchos servidores y funcionarios públicos les “mocharan las melenas”. Le pregunté si tenía alguna razón para pensar así, y me respondió: “La única forma es que muera Sansón y sus filisteos, como los Sansones de Pinilla y Olmedo”. En términos simples, me comentó que esperaba que “cantaran”.
Esto me hizo reflexionar sobre el día que decidí incursionar en la vida política. Jamás imaginé que una cosa era el deseo y otra muy diferente la realidad. En este camino, uno se enfrenta a ventajosos, traidores, embaucadores y sicarios de la moral. Lo más grave es que un solo disparo de falsos positivos de ellos podría ser la causa de nuestra muerte en vida. Ahora bien, la palabra “político” se ha transfigurado en la colectividad social como sinónimo de corrupción. Dicen que en Colombia somos marionetas de una larga cadena de algunos empresarios, inversionistas, actores del conflicto, narcotraficantes, y de ciertos miembros del aparato judicial, así como de algunos alcaldes y gobernadores, reyezuelos de su mandato.
Lo que se comenta en las calles de la ciudad es que muchos acrecientan su patrimonio a través de contrataciones, permisos, demandas, acomodos tributarios, territoriales, conciliaciones, absoluciones y condenas que aprietan para silenciar, cobrar o borrar del camino a quien les estorba.
En cuanto al ejercicio político, antiguamente los concejales y diputados ofrecían a sus seguidores los espacios asignados por el alcalde o gobernador de turno, quien distribuía los cargos entre los partidos que lo apoyaban. Igualmente, los inversionistas repartían su apoyo entre concejales y diputados, esperando ser tenidos en cuenta en las convocatorias y en las ideas técnicas para ganar esos espacios. Se comenta en Colombia que hoy todo depende de una oficina jurídica, de la unidad de contratación, de la hacienda pública, de tener mayoría en el concejo o asamblea, y de la influencia en la elección de personeros, contralores y procuradores, algunos de los cuales actúan al son que les toquen.
La realidad me llevó a prepararme bien para poder proponer y rendir en propuestas y proyectos, sin darme cuenta de que, como el COVID, uno se contagia de la inacción al creer en una mayoría. En este gremio, al igual que entre los discípulos, hay gente como Pedro y Judas que te hacen perder el norte, y terminas como uno más en la historia. Ya muerto, velan tu ataúd en el recinto con comentarios de que “nada cambia” y que “fue un buen concejal”.
Siendo este el común denominador del país, llego a la conclusión de que se ha perdido la filosofía y la formación de los partidos, que el sistema electoral está dañado, que la forma de financiar las campañas es peligrosa, y que aceptar apoyo extra de los aspirantes uninominales ha sido un error. El poder distrital y departamental lo deciden cuatro sectores: 1) los grandes jefes de los sectores políticos; 2) inversionistas apostadores de campañas; 3) alcaldes y gobernadores que someten con la financiación a los futuros coadministradores y los silencian con ofrecimientos de burocracia y espacios en su gobierno, terminando por nombrar para sus intereses el mayor número de empleos; 4) algunos miembros de los órganos de investigación y sectores de la justicia en Colombia (este último en compañía de ciertos congresistas que definen al titular de las instituciones disciplinarias, fiscales y penales, incluyendo algunos magistrados y jueces, quienes desde su posición contribuyen a sociedades construidas o al pago de favores hechos por los altos jerarcas de la política colombiana).
¿Para qué sirven los topes de campaña y las normas electorales si, según actores de la vida social, aspirantes a alcaldías y gobernaciones despachan per cápita a concejales, diputados y líderes grandes sumas de dinero, según la vigencia y el número de votos que hayan registrado en la historia? Como el delito lo comete tanto quien da como quien recibe, se comenta en los pasillos que el silencio ronda y las pruebas se hacen improbables, convirtiendo a alcaldes y gobernadores en reyezuelos que someten la voluntad y definen a los elegidos de las próximas contiendas con más dinero y más puestos.
Por eso, cuando se piense en la corrupción de la ciudad, ojalá no se centraran únicamente los ojos en los concejos y asambleas del país, sino también en los otros segmentos que tienen la fuerza económica y jurídica, usando perreros de justicia y de comunicación que laceran, frenan la bravura y asesinan voluntades, haciendo que el corcho continúe en el mismo remolino. A la tierra que fueres, haz lo que vieres.
Tomado de comentarios ciudadanos