Wilberto Gómez Zúñiga no es un pescador común. Todos los días, a las 5:00 a.m., llega al recién restaurado muelle de La Bodeguita, se pone su careta, calza sus aletas amarillas y se lanza al agua, pero no busca peces. Su caza es otra, menos predecible y más valiosa: objetos perdidos, recuerdos extraviados por turistas que utilizan ese muelle para partir hacia la zona insular.
Nació hace más de treinta años en La Boquilla, en la calle del colegio. Allí, como muchos de su generación, aprendió a vivir del mar, pero no siempre fue así. En sus primeros años pescaba peces, los limpiaba, los vendía. Ahora, prefiere buscar tesoros invisibles, lo que queda olvidado bajo las oscuras aguas de la Bahía de Cartagena. Con lo que extrae del fondo del mar, mantiene a sus hijos y a su mujer.
“Me he encontrado iPhones encendidos, dólares, pesos colombianos, gafas de marca y hasta oro”, dice entre risas, con una naturalidad que solo el paso de los días en la bahía puede otorgar. Los objetos, algunos lujosos, otros insignificantes para sus antiguos dueños, son ahora la base de su sustento.
Pero para Wilberto, no se trata solo de cosas materiales. Las aguas de la bahía le devuelven fragmentos de vidas ajenas, momentos que alguna vez importaron para alguien y que él, de alguna manera, rescata. La Bahía de Cartagena se ha convertido en su cofre de secretos, y en cada inmersión, Wilberto no solo se sumerge en sus profundidades, sino también en las historias que allí se esconden.
“He sacado de todo”, repite riendo, “pero lo que realmente encuentro no tiene precio”. Cuando cae el sol y las olas susurran su despedida diaria, Wilberto vuelve a casa sabiendo que lo que rescata del mar no es solo lo perdido, sino también lo que sigue soñando con ser encontrado. Quizás, al final, no sea un simple pescador de ilusiones, sino un tejedor de sueños ajenos, ensamblando vidas con los retazos que el mar decide devolverle.
Y mientras los turistas continúan zarpando hacia las islas, Wilberto se hunde una vez más en las profundidades, consciente de que siempre habrá algo en el fondo del mar esperando ser rescatado, como si el destino también naufragara de vez en cuando.