Cultural

El Adolfo Pacheco que conocí

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Juan Elías Díaz y Adolfo Pacheco.

 

 

 

Juan Elías Díaz (F) nos recibió con el ceño fruncido y un trago de whisky ese primero de enero de 1999. Le dimos el feliz cumpleaños, pero no ocultó la amargura que cargaba. Solo sonrió un poco cuando Socorro Martínez (F), su esposa, le dijo algo en su oído derecho. Miró para el frente y divisó una camioneta blanca, doble cabina, de donde bajaba un señor de guayabera blanca, pantalón blanco, poncho de colores, con una cachucha bacana y con una sonrisa gigante. De inmediato soltó una carcajada y la felicidad lo invadió por completo.

 

La llegada de Adolfo Pacheco Anillo, su amigo de juventud, de serenatas, su hermano, a las 8 am del primer día del año, no pasó desapercibida para ninguno de los integrantes de la familia Díaz Martínez, quienes lo saludaban con naturalidad. El maestro entró a la casa que habían arrendado en el barrio El Recreo y saludó hasta el perro. Luego se dio palmadas fuertes en los hombros con Juan Elías, un sanjuanero que se volvió sanjacintero por el amor. Mi amigo y compadre, el cronista, Juan Carlos Díaz Martínez, miraba a Adolfo con respeto y cariño, mientras lo saludaba con un fuerte abrazo, no sin antes decirle: “El tuyo”, refiriéndose a su padre Juan Elías: “Estaba guapo porque no habías llegado”. Entonces Adolfo contó que hubo un percance en la carretera La Cordialidad que lo atrasó y en voz baja advirtió: “Los años lo tienen pechichón”.

 

No pasaron cinco minutos de su arribo cuando Carlos José Romero Janaceth, un periodista y músico sanjacintero, terminó de afinar la guitarra y comenzó a extraerle los acordes de un bolero para que Adolfo y Juan Elías entraran al unísono en un coro perfecto: “Usted es la culpable de todas mis angustias….. y todos mis quebrantos”. Todos los que allí estábamos guardamos silencio y escuchamos con asombro como brotaba el talento de esos dos señores sesentones. La mañana transcurrió entre otros boleros, sones cubanos y hasta pasillos cantados por los dos artistas, quienes se dejaban caer tragos de whisky fino que Jairo Díaz, hermano de Juan Carlos, había traído de Santa Marta. Recordaban las anécdotas de juventud, y las contaban con pelos y señales, con tanta gracia, que los invitados quedábamos perplejos, pues para ellos San Jacinto era un universo tan grande que el resto del mundo parecía no importarles. Hacia las 10 de la mañana, doña Socorro Martínez apareció en la escena sonriendo con una bandeja grande llena de yuca, bollo, chicharrón, suero y queso en sus manos. Adolfo fue el primero en meter la mano y agarró un pedazo de cerdo lleno de pelos, entonces la seño Socorro le dijo: “Ado toma otro”, pero que va se lo llevó a la boca advirtiendo: “A mí me gusta es el chicharrón pelúo”. Repetían las anécdotas de los tiempos idos y se reían como si hubieran ocurrido en el instante. Algo curioso es que en esa parranda, Adolfo no cantó ninguna de sus celebres canciones. Sin embargo, contó historias de cuando tocaban por sancochos con su amigo, Andrés Landero, “El Rey de la Cumbia”. Recordó a Ramón “Monche” Vargas, el celebre compadre “Ramón”, al profesor Rodríguez y los amores idos, que motivaron tantas canciones.

 

 

Todo era gracia y alegría. Aunque de los privilegiados que allí estábamos nadie advertía la grandeza del maestro Adolfo, quizá por su sencillez, su buen trato y su jocosidad. La parranda siguió hasta por la tarde, después que el maestro partiera en su carro blanco a Barranquilla donde debía cumplir un compromiso musical.

 

Cuando el carro arrancó con el titán de la música, Juan Carlos comenzó a contar que la amistad entre Adolfo y su padre era tan grande como el firmamento, y que cada primero de enero se reunían para celebrar la vida con chicharrón y whisky.

 

Desde ese día, se volvió frecuente ver al maestro Adolfo, pues entre más crecía la amistad con Juan Carlos, aumentaba la admiración hacia la obra de Pacheco Anillo, y en cada parranda, ya fuera en San Jacinto o en cualquier lugar de Bolívar o e Atlántico, había una anécdota diferente, que también alimentaban los hermanos Lora, Eduardo y Juan Carlos; José Luis Pulgar, Gustavo “Tavo” Barraza, Pablo Lora Theran (F), el mejor anfitrión del mundo; los hermanos Batty, Fernando, Roberto “El Chacho (F)” y Alberto (F), Héctor Anillo, Luis Olivera, el concejal amigo (F), Pablo Jaspe, Carlos Ramón Martínez, Néstor Rodríguez “Petaca”, Belisario Pacheco, Augusto Reyes, Adolfo Anillo y otros que se convirtieron en mis hermanos para siempre. En cada encuentro podía advertir que Pacheco fue un gran contador de historias cantadas que trasmitió el orgullo de haber nacido en San Jacinto a varias generaciones.

 

***

 

Desde ese primero de enero nunca volví a ver tan feliz al maestro Adolfo Pacheco y menos después de la partida hacia el más allá de Juan Elías Díaz en abril del 2021. Estoy seguro que en la eternidad se encontraron y deben estar dándose palmaditas en la espalda, cantando sus viejas canciones y repitiendo su anecdotario. Así te recordaré Adolfo Pacheco Anillo. 

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