Era una tarde tranquila en el sector El Bombeo del barrio Nelson Mandela. Las sombras de los árboles se alargaban mientras el sol se ocultaba, y el bullicio habitual del barrio comenzaba a decrecer. Nadie podía imaginar que en medio de esa aparente calma, un acto de intolerancia rompería la rutina del vecindario y dejaría una marca imborrable en la vida de dos mujeres.
La noticia llegó como un susurro inquietante entre los vecinos: una riña se desató de manera feroz entre dos mujeres. Según los testimonios, la disputa, al parecer por celos, escaló rápidamente, y en un acto de furia desmedida, una de ellas, conocida como “Mayo”, mordió la oreja de su oponente, una mujer de 34 años, cercenando parte del pabellón auricular izquierdo. El grito de dolor y sorpresa resonó en las calles, atrayendo la atención de todos.
Los policías de la Metropolitana de Cartagena, en alerta y listos para actuar, acudieron con rapidez al lugar de los hechos. Encontraron a las dos mujeres aún envueltas en la disputa, pero lograron intervenir a tiempo para evitar mayores daños. “Mayo”, una mujer de 30 años, fue capturada en flagrancia y llevada ante las autoridades. Su agresión no quedaría impune.
Mientras la mujer lesionada recibía atención médica y era dada de alta, recuperándose lentamente del trauma, “Mayo” enfrentaba las consecuencias de su acto. Fue puesta a disposición de la Fiscalía General de la Nación, acusada del delito de lesiones personales. Un juez de control de garantías sería quien decidiera su futuro jurídico.
Este incidente no es un caso aislado. Forma parte de una preocupante tendencia de intolerancia y violencia que las autoridades se esfuerzan por contener. Hasta la fecha, los planes focalizados de la Policía han logrado la captura de 273 personas por delitos de lesiones personales, en un esfuerzo constante por mantener la seguridad y la paz en las calles de Cartagena.
Finalmente, la noche cayó sobre Nelson Mandela, y el barrio volvió a su rutina, pero el recuerdo de aquella tarde quedará grabado en la memoria de sus habitantes. Una lección de cómo la intolerancia puede mutilar no solo el cuerpo, sino también el tejido social de una comunidad.