En un momento, en la mañana de hoy, que pareció como si el mismísimo cielo decidió llorar sin cesar, el barrio Boston, enclavado en la zona Suroriental de Cartagena, se encuentra sumido en una tragedia que desafía la comprensión. La inundación, feroz como un río desbocado, ha transformado sus calles en canales fluviales y las casas en islas efímeras.
Sus habitantes, valientes como los antiguos Vikingos de las selvas desconocidas y lejanas, se acomodan en sillas y altillos para resguardarse del agua. Algunos pescadores salen en sus canoas, donde cada remazo se convierte en un acto de resistencia, una declaración de amor por sus hogares inundados, donde la vida transcurre ahora entre susurros de esperanza y lágrimas silenciosas.
En medio del caos líquido, las historias brotan como flores en un jardín arrasado. La señora Virginia Pérez, una madre de familia que trabaja como empleada doméstica en Bocagrande, alza la voz entre el agua y el llanto de sus hijos pequeños. Los niños, inmersos en su propia realidad, no comprenden la magnitud del desastre. Su inocencia es un refugio ante el abismo de incertidumbre que se cierne sobre sus cabezas.
El barrio Boston, sumido en la tragedia, se niega a claudicar. La comunidad, aislada en su sufrimiento, encuentra en la unión y la fe en Dios la fuerza para resistir. El Distrito y los políticos, lejanos como estrellas en un firmamento inalcanzable, parecen no haberse enterado de la calamidad que asola este rincón de la ciudad.
Damián Guzmán, un vendedor ambulante de espíritu indomable, prefiere enfrentar la adversidad con una sonrisa irónica en el rostro. Sus palabras, cargadas de humor negro, reflejan la resistencia y la esperanza que arden en el corazón de los habitantes del barrio Boston. “Hasta acá no ha llegado el Distrito ni ningún político, pero tenemos fortaleza y confianza en Dios y de esta salimos”, proclama con una risa que desafía al diluvio.
En ese rincón de Cartagena, donde las aguas han venido a desafiar la vida cotidiana, se escribe una crónica de valentía, esperanza y unión. La inundación no puede ahogar la determinación de quienes, como héroes anónimos, enfrentan la furia de la naturaleza con la fuerza de su espíritu. Y el alcalde, William Dau, el que intrata, grita e irrespeta, sigue ausente, como una sombra en la noche, mientras ellos recorren el barrio en sus canoas.