Santa Catalina

Santa Catalina: Hasta pronto Leo Vitola, cultor de la amistad sincera

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En las brumosas memorias de Santa Catalina, aquel rincón de la tierra que conocía como su alma, se despidió de este mundo terrenal un hombre que fue mucho más que un mero mortal. Leonardo Vitola Díaz, un cultor de la amistad, un rincón de bondad en sí mismo, emprendió su viaje a lo desconocido a la tierna edad de 92 años.

Su vida se desenvolvió como una melodía sencilla y armoniosa, un compendio de rectitud, buenas costumbres y servicio incondicional. Leonardo era un hombre que entendía la esencia de la amistad y la lealtad, sin esperar nada a cambio.

Con un carácter jovial que desbordaba como un río caudaloso y una chispa en sus ojos que nunca se desvanecía, Leonardo era el hombre que siempre tenía un gesto ingenioso para cualquier situación. Desde los días de mi infancia, lo vi ondear la bandera del Partido Liberal junto a mi padre, Anuario de Jesús Therán Ruíz (F), mi padrino Víctor Pardo Pájaro (F) y el entrañable Bohanerges Díaz San Juan (F). Nunca se dejó llevar por la ira; sus conflictos se resolvían con una gracia divina.

En una de esas típicas parrandas en la Santa Catalina de los años 80, cuando la energía se desvaneció en medio de la noche durante un baile en la caseta 25 de Noviembre, Leonardo, conocido cariñosamente como “Leo”, fue el salvador inesperado. Desde su puesto como jefe de cuadrilla en la Electrificadora de Bolívar, hizo una llamada celestial, y en menos de una hora, tal como había prometido, la luz volvió a iluminar la noche.

Su amabilidad contrastaba con su don de gentes; le encantaba el porro y nunca faltó a las alboradas musicales en honor a Santa Catalina. Siempre asistió a la misa en honor de nuestra venerada santa o de la Virgen del Carmen. Al terminar la misa de la Patrona, junto a mi padre y sus amigos, se quedaba afuera de la iglesia, degustando los acordes vibrantes que emanaban de la afamada Banda de Repelón, la más afinada de toda la comarca.

Pero Leonardo no solo irradiaba simpatía, también estaba lleno de deseos de ayudar. Siendo aún un niño fui testigo en múltiples ocasiones de su apoyo en iniciativas cívicas para erradicar basureros y limpiar pozas, ya que Santa Catalina nunca ha disfrutado de un servicio de acueducto óptimo y el agua para los quehaceres la sacábamos de las pozas.

Sus hijos Irma, Nelly, Leonardo, Nayides, Lesbia, Esneda y Rolando lo recuerdan con cariño y gratitud, como un esposo, padre, abuelo y amigo ejemplar.

Más allá de cultivar la amistad, otra de sus pasiones era el dominó, y me atrevo a imaginarlo ahora reunido en la eternidad con Bohanerges Díaz, Víctor Pardo, Sebastián Ayola y Anuario Theran. Estoy seguro de que allí, entre las estrellas, están compartiendo anécdotas y jugando una partida de dominó, como si el tiempo no hubiera transcurrido.

Hasta pronto, Leo Vitola, un alma que iluminó los días de Santa Catalina. Tu legado, tu sonrisa y tu don de gente perdurarán en los corazones de aquellos que tuvimos la fortuna de conocerte. Me saludas a mi padre y le cuentas cuánto lo extrañamos.

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